Desde la perspectiva de la fe, los libros del Antiguo Testamento de la Biblia, son atribuidos a Dios, con la ayuda manuscrita de aquellos autores que los firman. Pero los datos científicos e históricos modernos nos llevan hacia otras conclusiones, diferentes a las de la Iglesia.
El análisis objetivo de los textos bíblicos fue proscrito o al menos gravemente dificultado por la Iglesia católica durante casi dos milenios. Pero a mediados de este siglo, el papa Pío XII proclamo la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943), en la cual animaba a los científicos y expertos a profundizar sobre las circunstancias de los redactores de la Biblia. Anteriormente, a la Biblia la interpretaban exclusivamente la jerarquía católica, que promulgo penas de excomunión y prisión perpetua para quien la tradujese a una lengua vulgar. Las versiones griega (de los Setenta, traducida del hebreo hacia el siglo III ac) y latina (Vulgata, traducida por san Jerónimo en el siglo IV dc), únicas aceptadas, aseguraban que la masa de los creyentes, que no hablaban ni leían latín ni griego, permaneciesen ajenos al contenido real de los textos bíblicos, pero la situación dio un giro capital cuando Martín Lutero, en su pelea con el Vaticano que desemboco en la reforma protestante, arriesgó su libertad al traducir al alemán el Nuevo Testamento, en 1522, y luego el Antiguo Testamento, en 1534. A la traducción de Lutero siguió, en 1611, una versión inglesa (la utorized Versión o Biblia del rey Jacobo).
El análisis objetivo de los textos bíblicos fue proscrito o al menos gravemente dificultado por la Iglesia católica durante casi dos milenios. Pero a mediados de este siglo, el papa Pío XII proclamo la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943), en la cual animaba a los científicos y expertos a profundizar sobre las circunstancias de los redactores de la Biblia. Anteriormente, a la Biblia la interpretaban exclusivamente la jerarquía católica, que promulgo penas de excomunión y prisión perpetua para quien la tradujese a una lengua vulgar. Las versiones griega (de los Setenta, traducida del hebreo hacia el siglo III ac) y latina (Vulgata, traducida por san Jerónimo en el siglo IV dc), únicas aceptadas, aseguraban que la masa de los creyentes, que no hablaban ni leían latín ni griego, permaneciesen ajenos al contenido real de los textos bíblicos, pero la situación dio un giro capital cuando Martín Lutero, en su pelea con el Vaticano que desemboco en la reforma protestante, arriesgó su libertad al traducir al alemán el Nuevo Testamento, en 1522, y luego el Antiguo Testamento, en 1534. A la traducción de Lutero siguió, en 1611, una versión inglesa (la utorized Versión o Biblia del rey Jacobo).
Tomado de Zonagratiuta.com
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